lunes, 4 de junio de 2012


Apostando por una familia numerosa y pobre

Desde hace cuatro años estoy tras asuntos que no son míos. Soy sacerdote. En este breve tiempo he tenido ocasiones para apreciar cosas inimaginables que ahora quisiera compartirlas. En particular, me admiro cómo Dios obra en los corazones humanos y sencillos. La humildad y la fe son condiciones claves para ver las acciones de Dios. Lo que para los humanos es imposible, para Dios todo es posible.
Trabajo en el seminario mayor de Cañete. Este centro de estudios es un lugar exclusivo para la formación sacerdotal. Allí se estudia las ciencias eclesiásticas: filosofía, teología y derecho; pero también la pedagogía y las otras ciencias humanas. El seminario es una comunidad educativa siempre en camino. Los que estamos en el Seminario formamos una familia numerosa y pobre. Los que residimos allí estudiamos –la gran parte de tiempo-, rezamos, trabajamos, hacemos deporte. Todas estas cosas son necesarias para la formación integral. Nos damos cuenta que Jesús nos explica las cosas como en secreto.
También soy encargado de la atención pastoral de una capilla. El pueblo que atiendo es un barrio obrero con sus alegrías y penas. Pero es un lugar estupendo de gente sencilla. Muchos aman a Dios y se refleja en obras. Por ejemplo ellos dedican tiempo y esfuerzo para mejorar la capilla. Todos los domingos celebro la misa por la tarde. Cada domingo hay más fieles, sobre todo niños y jóvenes. Me veo en la necesidad de ordenar a fabricar más bancas y reclinatorios, porque no tenemos sitio donde la gente pueda sentarse. En la casa de Dios incluso se debe estar cómodo, es también nuestra casa.
En la capilla pasa de todo, pero siempre cosas positivas y edificantes. Por ejemplo, un domingo realicé una charla para los papás que pedían el bautismo para su hija. Al finalizar la charla el Papá, un poco nervioso y vacilante, me invitó a visitar su casa, pues tenía un familiar enfermo. Acepté la invitación e inmediatamente me dirigí a ella.
Era de noche. La gente de aquél barrio estaba sorprendida de ver pasar un sacerdote a tal hora. En la familia anfitriona encontré a la anciana “Timotea” muy enferma. Aquella pobre mujer y toda la familia me recibió con sorpresa. Sus rostros eran realmente de pasmo. Una de las hijas se acercó con la mano en el corazón para preguntarme el estado de la anciana. Ella pensaba que moría su madre “Timotea”. Pues la gente suele tener la idea de que al sacerdote sólo hay que llamarle cuando alguien está enfermo gravemente o en las últimas. Tranquilicé el ambiente diciendo que al sacerdote se puede invitar para cualquier ocasión, pero especialmente cuando alguien está enfermo.
Timotea  sufre de esclerosis. Camina con mucha dificultad, pero así va a Misa cuando puede. Su vida es edificante va a Misa casi todos los domingos. Camina encorvada, pero el amor a Dios le mueve hacer grandes cosas. Su familia –hijos- están en dificultades, ella mantiene la tranquilidad y la paz. Aquél día Timotea se confesó y además me dijo que rezaría por los sacerdotes. Así como esta anciana hay muchos.
Pues hay que rezar por los sacerdotes. También pedir al Señor de la mies que envíe operarios a su mies. La mies es realmente extensa. Dios necesita manos cooperadoras para llevar la alegría a muchos. Todos necesitamos de Dios. Pocos prestan atención a las personas mayores o simplemente las olvidan. Los ancianos y enfermos necesitan a Dios, necesitan confesarse y compartir sus sufrimientos con alguien. Todos tenemos que rezar y colaborar por las vocaciones sacerdotales y religiosas. Para que haya más jóvenes generosos que den la vida por los hermanos que sufren. La iglesia es una familia y tenemos que ayudarnos. Apostemos por esta  familia numerosa y pobre: el seminario y las vocaciones a la entrega total.
Atte,
P. Arnaldo Alvarado
Seminario Mayor de Cañete

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