Apostando
por una familia numerosa y pobre
Desde hace cuatro años estoy tras
asuntos que no son míos. Soy sacerdote. En este breve tiempo he tenido
ocasiones para apreciar cosas inimaginables que ahora quisiera compartirlas. En
particular, me admiro cómo Dios obra en los corazones humanos y sencillos. La
humildad y la fe son condiciones claves para ver las acciones de Dios. Lo que
para los humanos es imposible, para Dios todo es posible.
Trabajo en el seminario mayor de
Cañete. Este centro de estudios es un lugar exclusivo para la formación
sacerdotal. Allí se estudia las ciencias eclesiásticas: filosofía, teología y
derecho; pero también la pedagogía y las otras ciencias humanas. El seminario
es una comunidad educativa siempre en camino. Los que estamos en el Seminario
formamos una familia numerosa y pobre. Los que residimos allí estudiamos –la
gran parte de tiempo-, rezamos, trabajamos, hacemos deporte. Todas estas cosas
son necesarias para la formación integral. Nos damos cuenta que Jesús nos
explica las cosas como en secreto.
También soy encargado de la atención
pastoral de una capilla. El pueblo que atiendo es un barrio obrero con sus
alegrías y penas. Pero es un lugar estupendo de gente sencilla. Muchos aman a
Dios y se refleja en obras. Por ejemplo ellos dedican tiempo y esfuerzo para
mejorar la capilla. Todos los domingos celebro la misa por la tarde. Cada
domingo hay más fieles, sobre todo niños y jóvenes. Me veo en la necesidad de
ordenar a fabricar más bancas y reclinatorios, porque no tenemos sitio donde la
gente pueda sentarse. En la casa de Dios incluso se debe estar cómodo, es
también nuestra casa.
En la capilla pasa de todo, pero
siempre cosas positivas y edificantes. Por ejemplo, un domingo realicé una
charla para los papás que pedían el bautismo para su hija. Al finalizar la
charla el Papá, un poco nervioso y vacilante, me invitó a visitar su casa, pues
tenía un familiar enfermo. Acepté la invitación e inmediatamente me dirigí a
ella.
Era de noche. La gente de aquél
barrio estaba sorprendida de ver pasar un sacerdote a tal hora. En la familia
anfitriona encontré a la anciana “Timotea” muy enferma. Aquella pobre mujer y
toda la familia me recibió con sorpresa. Sus rostros eran realmente de pasmo.
Una de las hijas se acercó con la mano en el corazón para preguntarme el estado
de la anciana. Ella pensaba que moría su madre “Timotea”. Pues la gente suele
tener la idea de que al sacerdote sólo hay que llamarle cuando alguien está
enfermo gravemente o en las últimas. Tranquilicé el ambiente diciendo que al
sacerdote se puede invitar para cualquier ocasión, pero especialmente cuando
alguien está enfermo.
Timotea sufre de esclerosis. Camina con mucha
dificultad, pero así va a Misa cuando puede. Su vida es edificante va a Misa casi
todos los domingos. Camina encorvada, pero el amor a Dios le mueve hacer
grandes cosas. Su familia –hijos- están en dificultades, ella mantiene la
tranquilidad y la paz. Aquél día Timotea se confesó y además me dijo que
rezaría por los sacerdotes. Así como esta anciana hay muchos.
Pues hay que rezar por los
sacerdotes. También pedir al Señor de la mies que envíe operarios a su mies. La
mies es realmente extensa. Dios necesita manos cooperadoras para llevar la
alegría a muchos. Todos necesitamos de Dios. Pocos prestan atención a las
personas mayores o simplemente las olvidan. Los ancianos y enfermos necesitan a
Dios, necesitan confesarse y compartir sus sufrimientos con alguien. Todos
tenemos que rezar y colaborar por las vocaciones sacerdotales y religiosas.
Para que haya más jóvenes generosos que den la vida por los hermanos que
sufren. La iglesia es una familia y tenemos que ayudarnos. Apostemos por esta familia numerosa y pobre: el seminario y las
vocaciones a la entrega total.
Atte,
P. Arnaldo
Alvarado
Seminario
Mayor de Cañete
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